Pues ya llegó el tan esperado paquete... Mi primera novela auto editada y el libro que inaugura el catálogo de Próxima editorial... Jijiji :blobcataww:
Para mí uno de ellos fue el escándalo de Cambridge Analytica.
Desde entonces me propuse no contribuir a negocios basados en la explotación de big data.
Lo más gordo ha sido dejar de usar todos los productos de Meta y Alphabet.
Se dice rápido pero me llevó lo suyo abandonar Google, Google maps, Android, Facebook, Instagram...
Todavía tengo un gmail que colea.
Pero el qué más me ha costado matar: El Whatsapp.
Esa app se ha convertido en la red de comunicaciones por defecto de las relaciones personales y laborales en España.
A muchos adultos les costará admitir tu abandono de Whatsapp; seres queridos te tacharán de antisocial; jefes y compañeros te coaccionarán para que vuelvas; clientes lo juzgarán como un empeoramiento de tu servicio.
Y no les faltará razón.
Pero yo también tengo una poderosa: Ninguna empresa debería poseer el canal fundamental de comunicación privada de un país.
Llevo todo el verano espiando el comportamiento con los smartphone de gente de todas las edades en calles, playas, terrazas…
En cuanto se les ve relajados y alegres, y se involucran de forma activa con las personas y cosas que les rodean, el móvil desaparece de sus manos.
Y en cuanto vuelven a las rutinas que no eligen -la llamada normalidad-, doblan la cerviz para postrarse de nuevo ante su terminal.
Nos quedamos mirando el móvil cuando no tenemos otra cosa mejor que hacer.
Y eso, en nuestra rutina, pasa demasiado a menudo.
En su libro “El valor de la atención”, Johann Hari demuestra que si vivimos una crisis global de atención es por las condiciones de vida impuestas por poderes corporativos, políticos, culturales y sociales.
No, no se debe a una falta de voluntad individual, como nos querrían hacer crecernos los gurús del crecimiento personal.
Como sociedad, necesitamos que nuestra rutina sea mejor que mirar un smartphone.
En las últimas décadas el mercado de consumo se ha ocupado de abastecernos de todo cuanto pueda estimularnos.
Desde lo más culto a lo más visceral. Del cine dogma a la hamburguesa angus.
En este estado es normal echar la vista atrás y no dar crédito de lo tediosas que debían ser las vidas de nuestros antepasados.
Pero también es verdad que ellos sentían más con menos.
Solo así se explica la sutileza, la simplicidad, de los placeres que lograban embriagar a quienes habitaron tiempos más sencillos.
Y solo así se explica que hoy en día cada vez nos peguen menos subidón cantidades más gargantuescas de estímulos.
Espectáculos cada vez más extremos de porno, violencia, humor, sensacionalismo; dosis cada vez más altas de drogas, calorías, consumo... La euforia, cada vez menor. Y el precio -en salud y dinero- cada vez más alto.
De nuevo chocamos con el mito del crecimiento ilimitado.
¿Habrá que decrecer también en los placeres para hacerlos sostenibles?
Novelista en ERE. Ahora hago pódcast y enseño escritura creativa. Comparto aventuras y pensamientos de mi #VidaSinSmartphone. Posteo poesía con el hashtag #oratura, y hablo de literatura de proximidad con #proximaescritura. También hablo de #política, pero solo cuando se pone interesante. He encontrado en Mastodon la comunidad bonita y llena de valores que llevaba tiempo buscando en Internet.