Para mí conectarme a Internet en los 90 se pagaba en rosquillos.
No es una metáfora, es literal.
Aunque eramos afortunados de tener en nuestro colegio rural ordenadores comunitarios con los que aprender, tener Internet en casa quedaba muy lejos de nuestros bolsillos. Solo tenía Internet mi primo, que era uno de los ricos del pueblo.
En mi casa, que era humilde, teníamos ordenador por el trabajo de mi padre, pero la conexión a Internet era algo impagable. De modo que cuando quería "informarme de algo" tenía que ir a casa de mi primo, un agricultor con muchas más tierras.
Como era un favor, teníamos que llevarles rosquillos. De modo que antes de ir me tocaba ir a la tienda a por azúcar, la panadería a por harina, y a la vecina a por huevos. Mi madre tenía que cocinarlos toda la mañana, para luego yo poder presentarme en casa de mi primo rico: ¿Me dejas usar Internet?. La molestia de todos mis familiares por no poder usar el teléfono mientras tanto debía tener su recompensa.
Por eso siempre en mi casa hemos tenido en cuenta el precio que tenemos que pagar por estar en Internet, la materialidad que conlleva, y a quien deprivamos de algo por nuestra conexión.