Hubo un tiempo en nuestro pasado, particularmente mediterráneo, en que solo determinados varones podían ejercer derecho a voto o expresarse; siendo el resto de personas seres humanos de segunda cuyos derechos eran nulos siquiera para la propiedad de objetos.
Varios siglos después, un avance protogriego cambió determinadas líneas sanguíneas para el establecimiento de lo que era un 'ciudadano' a la posesión de tierras o capital, una forma de segregación que seguía dejando de lado al grueso de la población, porque solo los varones ricos (y alguna que otra excepción delegada) eran ciudadanos de pleno derecho.
Tardamos todavía más en considerar a los varones blancos pobres como personas libres en lugar de la mano de obra casi gratuita que constituian. En cuanto a los varones negros, han ido entrando y saliendo de la zona de 'ciudadano' a lo largo de los milenios, principalmente en función de parámetros como sangre, tierra o propiedades.
Las mujeres ricas y de sangre tuvieron que esperar todavía más, pasada la Iluminación, para hacerse un hueco social desde el que ejercer un mínimo de ciudanía. Y luego, por suerte esta vez pocos siglos después, le tocó el turno al resto de mujeres no de sangre y no ricas que, como había pasado con los varones, eran casi todas.
Lo fascinante de esta historia es la forma en que el nuevo conjunto marca una barrera tras de sí una vez alcanzada la ciudadanía y respeto social; un modus operandi que hemos visto también en el último siglo y medio. Es el motivo de que tengamos ricos aporofóbicos, varones machistas racializados machistas o mujeres racistas. En las últimas décadas hemos visto cómo tenemos mujeres 'feministas' TERF o personas gays anti-transgénero.
No es una cuestión 'actual', es una constante de la humanidad excluir colectivos del derecho a ser. Ocurre desde que tenemos registros históricos. Los vamos superando, claro, porque avanzamos, pero dibujamos barreras una vez hemos pasado la barrera social.