Nunca conocí a Carmen Martín Gaite (aunque me escribió dos cartas, en la última de ellas me contaba que le dolían las muelas) pero sí pude conocer años después a su hermana Ana María Martín Gaite, cuando me la encontré de casualidad en un autobús un día que a ella también le dolían las muelas.
Ana María era una señora fantástica. Cada vez que la veo en un vídeo, por breve que sea su aparición, me emociono.