A esta nula planificación territorial se le suma las particularidades del clima semiárido.
Las duras condiciones dificultan la presencia de la vegetación, la retención del suelo por sus raíces y el aporte de materia orgánica que estructure y proteja el suelo amortiguando el impacto de las gotas de lluvia o la insolación, por ejemplo. Un suelo pobre tiene más difícil infiltrar el agua y retenerla permitiendo más escorrentía.