Mientras llegaba a su fin, y sin poderlo controlar, mis ojos se llenaron de lágrimas y mi voz se rompió en llanto. Como un huracán, el nombre de Aureliano Babilonia me dejó muda y la desaparición total de Macondo me asombró hasta la inmovilidad.
Acá estoy, completamente conmovida y maravillada, tras haber concluido, por primera vez en mi vida, la lectura de Cien años de soledad.