Llevo todo el verano espiando el comportamiento con los smartphone de gente de todas las edades en calles, playas, terrazas…
En cuanto se les ve relajados y alegres, y se involucran de forma activa con las personas y cosas que les rodean, el móvil desaparece de sus manos.
Y en cuanto vuelven a las rutinas que no eligen -la llamada normalidad-, doblan la cerviz para postrarse de nuevo ante su terminal.
Nos quedamos mirando el móvil cuando no tenemos otra cosa mejor que hacer.
Y eso, en nuestra rutina, pasa demasiado a menudo.
En su libro “El valor de la atención”, Johann Hari demuestra que si vivimos una crisis global de atención es por las condiciones de vida impuestas por poderes corporativos, políticos, culturales y sociales.
No, no se debe a una falta de voluntad individual, como nos querrían hacer crecernos los gurús del crecimiento personal.
Como sociedad, necesitamos que nuestra rutina sea mejor que mirar un smartphone.
Es una lucha política.