Ayer me rompí del todo.
Llevaba ya dos o tres semanas dando tumbos, pero apenas lo notaba porque había tenido compañía.
Ayer lo que parecía que empezó haciendo la 100cia acabó con una sobreingesta de azúcar brutal que, siendo diabétique, no sé cómo no me ha pasado nada, la verdad... Hubo un momento en el que creí haber perdido el control, pero en realidad lo tenía y lo que quería era hacerme daño.
Siempre que profesionales de la salud mental me han preguntado si me odiaba he respondido que no, que yo me quiero, que lo que odio es las situaciones en las que me encuentro. Y lo decía y pensaba de verdad.
Pero ayer no. Ayer sí noté autoodio. Ayer sí noté que me culpo y me castigo por no ser capaz de hacer, decir, cosas muy básicas. Por no ser capaz de hacer cosas que antes podía sin problemas. Por no ser capaz de estar sole, y sole con estos pensamientos de mierda pese a que a mí siempre me gustó la soledad.
Tengo en la cocina un montón de dulces que la señora que me parió se dejó abandonados en casa de la que vino a verme el otro día y me los trajo. La mayoría no son ni siquiera vegetarianos. En realidad la mayoría están incluso caducados.