Hace tiempo decía que Gnome me gustaba más que KDE porque era más sencillo y se metía menos en el medio. KDE tiene una cantidad tan grande de opciones que, al menos a mí, me abruma. Me provocaba una sensación de incomodidad difícil de explicar, pero muy presente.
Sin embargo, me acabé por cambiar a KDE, a regañadientes, porque las decisiones de los desarrolladores de Gnome iban en contra de los usuarios con pantallas de alta densidad, y hacía que la mitad de las ventanas se viesen borrosas. /1