Por las noches, las piernas me duelen como si me estuviesen volviendo a crecer.
De hecho, están creciendo. De no ser por la intervención quirúrgica me hubiese quedado en silla de ruedas. No deja de ser una cruel ironía para quien ha corrido nueve maratones.
No me quejo. El dolor lumbar es junto con el del parto, una de las peores torturas que nos inflige la naturaleza. Quizás estoy volviendo a nacer y lloro por dentro, porque por fuera no puedo dejar de sonreír.
Soy feliz. Puedo andar.