Hoy hemos ido a pasar el día a Oporto.
Raquel no lo conocía y yo había estado hacía 15 años.
Antaño era una ciudad decadente, ruinosa y bellísima.
Ahora es otro parque temático gentrificado.
Quien sabe mirar ve las señales.
Portales enteros con cajas de contraseñas para los pisos airbnb.
Carteles de asambleas para devolver el barrio a los vecinos.
Pero la vida vecinal que quede ya está arrinconada, en retaguardia. La turistificación lo domina todo.
Así no me gusta Oporto porque no me gusto yo en Oporto.
¿Qué hago yo aquí? ¿Quién soy yo aquí?
Mi último barrio en Madrid fue Lavapiés en su zona más gentrificada: la plaza de Cascorro.
Así que no me queda inocencia para disfrutar del trampantojo de autenticidad de los barrios populares de las viejas capitales de Europa.
Cuando era chaval creí que mi vida transcurriría en una de esas capitales. Para mí eran lugares mágicos, llenos de oportunidades.
Ahora, cuando volvemos en el tren a Aveiro, me alegro de alejarme.